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El vínculo entre estudiantes y docentes

(cuando pasar la lista no es un trámite)


Por Etty Kaufmann Kappari


Yo le voy a decir una cosa, la mayoría de la gente que conozco de esta comunidad es trabajadora, la pulsea. Uno los ve luchándola. Más bien yo no sé cómo hacen. Le digo que hay gente que se va a dormir con hambre o peor, que tienen hijos que sufren de hambre. Yo no sé qué haría en esa situación. Por eso aquí en este colegio nocturno ponemos mucho énfasis en la alimentación, todos apoyamos con un poquito de dinero al mes para que puedan comer bien nuestros estudiantes.


En una misma clase usted puede tener un muchacho de 16, una joven de 30 y, hasta algún adulto mayor. Una vez me tocó un señor de 83, no le miento. Imagínese qué bonito. Es gente que está haciendo un esfuerzo enorme por sacar la secundaria, ese pendiente que se les quedó ahí como una cicatriz y les duele. La mayoría trabaja y tiene hijos, llegan con un cansancio tremendo.


Siempre me pregunto qué condiciones los llevaron a dejar los estudios y qué les hizo regresar. Viera la responsabilidad que siento. Es muy estresante, no le voy a mentir porque para algunos, este es su segundo o tercer intento y uno tiene que ayudarles a lograrlo.


Cuando entré a este colegio como docente de matemática, después de los exámenes del primer trimestre me di cuenta de que el 60% de la clase tenía notas rojas. Yo me desesperé. Cuando les preguntaba si entendían, todos se quedaban callados.


Un día, tomando la lista de asistencia, noté que una muchacha había faltado tres lecciones seguidas. Levanté la mirada y con preocupación pregunté a la clase por María Fernanda. ¿Saben algo de ella?


Un muchacho dijo que había oído que se había quedado sin trabajo.


Les expresé mi tristeza y les pregunté si había algo que podíamos hacer para ayudarla. Uno de los estudiantes, vecino de María Fernanda, propuso averiguar.


De regreso a casa, detenido en un semáforo, me di cuenta después de 15 años de enseñar, que pasar la lista no es un trámite, es un momento fecundo para conectar con mis estudiantes.


No le había sacado provecho en todos estos años. A veces, uno hace las cosas en automático, porque hay que cumplir.


Yo nada más miraba y marcaba en la lista quién estaba presente y quién estaba ausente. Luego le pasaba la información a la asistente administrativa. Ella, a su vez, marcaba las ausencias por trimestre. Así perdíamos la capacidad de averiguar qué estaba pasando.


Pero esta vez fue diferente. Mi preocupación hacia María Fernanda no solo permitió que ella regresara. El ambiente de la clase cambió de inmediato. Algo mágico sucedió. Algo importante. Al preguntar con preocupación les hice saber que me importaban, que me daba cuenta, que me interesaban.


Eso también abrió la confianza para que participaran más en clase y preguntaran. ¡No solo eso! El grupo se unió y se ayudaban en el estudio, hacían los trabajos en grupo y, por supuesto, el promedio de la clase subió. Ya no éramos un montón de gente en una clase, ahora teníamos un vínculo y un objetivo común, pasar con éxito el curso.


Había una conexión especial.


María Fernanda se graduó a los 34 años. Nunca voy a olvidar su sonrisa cuando posaba para la foto con su título en las manos.


Y todo por haberme dado cuenta que pasar la lista no es un trámite.


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