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NO SE VALE VIVIR CON MIEDO…POR EL SÓLO HECHO DE SER MUJER.

Escrito por Isabel Garbanzo


Los femicidios en nuestro país, son indicadores de que las mujeres en esta sociedad, somos percibidas por hombres perversos como objetos de su propiedad, a su disposición, para gozar de la forma más cruel posible. Una rápida revisión en internet da cuenta que, en los últimos quince años, 364 mujeres murieron de manera violenta a manos de quienes se creyeron sus dueños. (https://hasselfallas.com/2020/06/12/las-silenciadas-femicidios-en-costa-rica-2/)

En lo que va del último año, 25 mujeres fueron asesinadas por su pareja, expareja, parientes, conocidos o atacantes sexuales. Entre estas mujeres había madres, menores de edad, estudiantes o profesionales. Todo un futuro truncado por quien estaba convencido que esas mujeres eran objetos y no sujetos. A estas mujeres les quitaron la vida con un ensañamiento espantoso, precisamente por esa particularidad, son considerados crímenes de odio, bajo la lógica masculina de que esa mujer les pertenece, es de ellos o de nadie más, o bien como no pueden acceder a ella, lo hacen por la fuerza, como está en desventaja por ser niña se aprovechan de esa condición.


Además de estas lamentables muertes, también pienso en muchas niñas y adolescentes que son víctimas y objetos de placer enfermizo para adultos perversos, en sus entornos familiares. Tal es el caso, (aquí en CR), de la niña, de 11 años que fue violada y embarazada por su padre, quien aprovechaba paseos para atacarla sexualmente. No las asesinan, pero si les matan la inocencia, la ilusión y la creencia de que la familia es un lugar seguro, donde se es protegido.

Cuando estas mujeres logran acceder a los servicios de atención psicológica, encuentran ahí un lugar seguro, donde ser escuchadas y apalabrar su dolor en relatos que van desde “pensé que eso era normal, hasta que escuchando las historias de mis amigas me di cuenta de que no”, al “tenía miedo”, “estaba confundida, me dijo que mi madre se enojaría mucho si lo contaba”, “era normal, una forma de demostrarme cariño, era nuestro secreto”.

El trauma psicológico, la marca que queda en la víctima es de una dimensión terrorífica. Muchas de estas mujeres van por la vida con culpa, con su autoestima herida en lo más profundo, sintiéndose sucias, que hay algo malo en ellas. Es muy lamentable escuchar “creo que había algo malo conmigo, seguramente yo hacía algo, lo provocaba porque me paso muchas veces, y mi madre así me lo hacía ver cuando acudía a ella por ayuda.”

Trabajar la culpa, el sufrimiento, el dolor y el trauma ocasionado por esos adultos perversos, toma tiempo, en ocasiones muchos años. ¿Se desvanece por completo la culpa y el terror de haber sido atacada sexualmente? Depende del caso por caso. Mi apuesta, como psicóloga, es que estas mujeres finalmente logren concluir que la responsabilidad de esos actos es del adulto, que el perverso es quien llevó a cabo tal acto y puedan encontrar paz para seguir adelante con una vida, lo más funcional posible.

Esta epidemia de femicidios y ataques sexuales también genera que muchas mujeres vivamos en “estado de alerta”, vivamos con miedo, por el solo hecho de ser mujeres, pensando siempre el ¿cuándo y dónde es seguro “estar”, siendo mujer? “Si hubiera estado en la casa en la madrugada, eso no le hubiera pasado. “, “Cómo se le ocurre andar sola, por esos lados.” “la irresponsable es la mamá que no la cuidó” Eso dicen cuando las violan, cuando las matan...

Soy una señora grande y, seguramente como muchas otras mujeres, algunas veces me descubro pensando, midiendo, ese peligro potencial de encontrarme con un “hombre perverso” en un lugar solitario. Un par de ejemplos, de entre muchos que he vivido, vienen, sin problema alguno, a mi mente:

Vivo en las montañas de Heredia, y alguna vez tarde en la noche he pensado “que rico salir a correr a esta hora”, pero la realidad de la cantidad de femicidios y ataques sexuales me ha hecho desistir. Correr es para disfrutarlo y no para ir con miedo pensando que es de noche, y me estoy arriesgando a encontrarme con un “loco suelto.” Me pierdo de eso que tanto deseo en ese momento, por el solo hecho de ser mujer.

Algunas veces, por conveniencia, me arriesgo, y fue así como un día empecé a correr a las 4:30 a.m., porque necesitaba hacer un fondo largo saliendo de mi casa. Llevaba un kilómetro de haber empezado: Todavía estaba oscuro, calle solitaria, potreros alrededor, y de pronto vi a un hombre que venía detrás de mí. Inmediatamente sentí ese espantoso miedo y empecé a correr más rápido…el hombre también empezó a acelerar su paso. Aproveché un par de bajadas para tratar de ganar distancia y dejarlo “atrás”, pero el hombre también corría más rápido…Logré subir rapidito (seguro por la adrenalina del susto que sentía) y casi infartada, dos cuestas. Ya llegando a la salida de la Ruta 32 me di por vencida ya no “echaba más” bajé el paso. El hombre me alcanzó…extendió su mano y me dio un papelito…y me dijo: “Señora, soy jardinero, y aquí está mi nombre y mi número de teléfono por si ocupa mis servicios” Casi sin aliento lo único que atiné a decirle fue: “Claro, se lo doy a mi esposo y si lo necesitamos él lo llama.” (O sea, sepa que hay un hombre en mi casa…que me defenderá de ser necesario.)

El hombre siguió su camino…y yo mi fondo, sin saber, en ese momento, si llorar del susto o reír por lo ridícula que me sentía al descubrir que me perseguía para darme un papelito, su “tarjetita de presentación” como jardinero. Sólo atiné a pensar “pobre señor…todo lo que corrió para darme el papelito…y yo tratando de correr más rápido para tratar de “ponerme a salvo.”

No se vale vivir con miedo…por el sólo hecho de ser mujer.

psicóloga – psicoanalista y consultora de RRHH para pequeñas empresas

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