Escrito por Nicole Loynaz
Muchas veces caemos en dinámicas nocivas de las cuales no estamos enterados. Hay algo de alguien que no nos agrada y esperamos incesantemente que sus condiciones cambien, una mamá, un amigo, familiar, o pareja; alguien. Se nos hace demasiado claro que si solo cambiara su percepción de las cosas su vida sería diferente, y por ende la nuestra. Nos aferramos a recordárselo una y otra vez, cada vez que se dé la oportunidad, y si la persona no es accesible se le trata de solucionar de otras formas, de las maneras mas creativas que se nos ocurran.
Pero el problema es que queremos que cambie hacia una imagen que tenemos de ellos. ¿Qué nos hace pensar que tenemos el saber sobre el otro? ¿Sabemos realmente por lo que esa persona ha pasado, y porqué ha desarrollado la percepción/estrategia que tiene? ¿Cuántos años lleva de ser de esa manera y qué nos hace pensar que por un gusto nuestro ese otro cambie?
No nos hemos detenido en ningún momento a pensar sobre la dinámica en la que estamos inmersos con respecto a esa persona. ¿Que pasa si la dinámica nos está sirviendo de algo y no nos estamos dando cuenta? ¿Cuál es el rol que hemos tomado con respecto a la persona?
Es más fácil ver la nocividad expresada en las dinámicas de otras personas. No es tan sencillo pararse a observar cómo nos jugamos en ellas. Porque pensarse, entregarse al cambio, correrse de ciertos lugares y dinámicas tiene su costo. Y tal vez es un costo más alto que el de mantener una constante queja y esperar, aunque sea una espera infinita, el cambio del otro.
¿Y si damos un paso al cambio, el otro cambia? Cambia, ojalá, la imagen que tenemos del otro. Las vidas de los otros no son asuntos por resolver, nuestra forma de relacionarnos con ellos, sí.
La responsabilidad de cambio recae en donde está el deseo del cambio. Hay que verter ese deseo de cambio hacia uno mismo y así dejar de esperar que se despierte un deseo que no está. A lo mejor así, la dinámica cambie, pero no la de aquella persona, sino la nuestra.
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