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¿Existe relación entre el estrés y la ansiedad ?


El estrés y la ansiedad no son lo mismo. Ambas son respuestas fisiológicas ante situaciones de tensión o peligro. Pero mientras el estrés es puntual y puede aliviarse de forma consciente, lidiar con la ansiedad es más complejo.

Podría decirse que la ansiedad es un síntoma del estrés o mejor dicho la ansiedad es la perpetuación de ese estado cuando el cuerpo permanece bajo un estrés crónico.


El estrés es un sentimiento de tensión física y emocional. Puede provenir de cualquier situación o pensamiento que lo haga sentirse a uno presionado, frustrado, o enojado. El estrés produce cortisol y esta hormona es producida en las glándulas suprarrenales en la parte superior de cada riñón, actuando como un neurotransmisor en nuestro cerebro. Cuando los niveles de cortisol están balanceados nuestros órganos y sistemas funcionan en armonía. Sin embargo, cuando esta hormona se mantiene elevada puede derivar en una alteración endocrina conocida como “hipercortisolismo”, que produce efectos muy negativos en las funciones de las células de todo el cuerpo.

El cortisol interviene en varias funciones del organismo como por ejemplo en el metabolismo de los carbohidratos, las grasas y las proteínas, regula los niveles de inflamación en todo el cuerpo, controla la presión sanguínea, equilibra los niveles de azúcar en la sangre (glucosa), controla el ciclo del sueño y el de vigilia, ayuda a equilibrar la sal y el agua del cuerpo y contribuye con la memoria y la concentración, entre otros. Un exceso de cortisol puede alterar todas las funciones anteriores. Cuando el estrés se convierte en crónico, los niveles de cortisol se mantienen siempre altos, lo que equivale a decir que nuestro cuerpo está en un estado de lucha o pelea interna y todos los sistemas, indispensables para la supervivencia, no funcionan como deberían. Con un cuadro emocional y físico de alteración sostenida fácilmente se puede caer en un cuadro de ansiedad crónico o en una neurosis de angustia o incluso llegar a una depresión.


El término ansiedad proviene del latín anxietas que quiere decir congoja o aflicción.

Cuando se siente ansiedad se está en un estado de malestar psicofísico caracterizado por una sensación de inquietud, intranquilidad, inseguridad o desosiego, lo que se vivencia como una amenaza inminente y de causa indefinida la mayoría de las veces.

Se reconoce la presencia de ansiedadbuena” cuando es una señal de alerta de baja intensidad que sirve para enfrentar un eventual riesgo. Pero la ansiedad puede ser “mala” cuando es intensa, exagerada, y disminuye el rendimiento. Todos sentimos ansiedad ante las incertidumbres de la vida, pero cuando empieza a incomodar y está presente permanentemente pueden aparecer temores irracionales alterando profundamente la personalidad.


Un cuerpo fragilizado por el estrés y la ansiedad no logra defenderse para sobrevivir

de forma sana, hay muchas posibilidades de enfermarse, de somatizar.

Es normal escuchar en la consulta las quejas por estrés y ansiedad en todas las edades. Una niña de 5 años me decía que tenía sueños estresantes que le daban miedo. ¿Porqué un niño se puede sentir así?


Creo que vivimos una época de mucha soledad para todos, soledad que se esconde detrás de las ocupaciones de los adultos y de la distracción que proponen los aparatos electrónicos.

Esta soledad física y emocional facilita el que los sujetos se enfrenten a la vida de una forma virtual reforzando la nostalgia y el vacío. El lazo social de alguna manera fue sustituido por la virtualidad que ofrecen el uso de pantallas; lo vemos en todas las edades.

El apego no va más a las figuras de la familia, la familia se transformó, hubo un cambio de paradigma y los “aparatejos” (así los llamo) empezaron a ocupar ese papel de acompañamiento que anteriormente brindaban los adultos encargados.

Esta transformación afecta la identidad de los sujetos, la confianza en sí mismo, la seguridad, la auto-estima y el manejo de las emociones. Nos enfrentamos a personas enojadas y descontroladas que no logran funcionar sin el apoyo de las redes sociales, los juegos, los memes, las falsas noticias y en algunos casos la pornografía.

Hay una adicción y por ende una gran ansiedad que encubre el desconsuelo de no sentirse acompañados, de no tener con quién conversar, discutir o pelear; de no sentirse amados y comprendidos. Se acabó el “véame a los ojos”. En su lugar se ve una pantalla que no reafirma ninguna emoción y que se proyecta como un mejor amigo, acompañando de día y de noche.


En los más pequeños las redes sociales producen estragos y el exceso de imágenes los afecta en el aprendizaje del lenguaje y de la lecto-escritura, en el manejo de su cuerpo (motor grueso) y finalmente en el manejo de sus emociones.

En los adolescentes la necesidad de compartir con iguales los lleva a tener relaciones virtuales líquidas (Bauman, 2008)[1], acrecentando la inseguridad y la ansiedad del desconocimiento de los mismos vínculos establecidos. Se afectan los estudios y el trabajo: no hay tiempo, el tiempo no alcanza y se cae en el círculo vicioso de la demanda electrónica.

Se deja de ser sujeto de deseo para ser sujeto complaciente de la demanda de otros. Este vacío de la subjetividad favorece la presencia de ansiedad y de angustia (ataques de pánico).


Familias enteras se dejan fagocitar por este imperativo de la época y ese es el modelo de relación que se trasmite entre sus miembros. Familias ansiosas que no entienden qué les pasa… simplemente conviven juntos pero no se conocen, no comparten en “un cara a cara”, no se disfrutan, no tienen tiempo.

Muchos son los chicos que me dicen que no juegan con sus papás ni conversan con ellos porque ellos, los adultos no sueltan el teléfono. Nadie quiere soltar el teléfono. Pareciera ser la excusa que permite gastar el tiempo, ese tiempo que no tiene metas, ese tiempo vacío que aísla, y que es impersonal.

Somos una sociedad anestesiada por el encantamiento del consumismo y con ello del uso desmedido de las pantallas. Hay que despertar. Urge regular el uso de las mismas y poner límites para todos los miembros de la familia. Volver a compartir, a comer juntos, a reír, a jugar, a leer, a promover el diálogo, a ser felices.


El acompañamiento a los hijos permite que las identificaciones escogidas por ellos sean las correctas y que los vacíos existenciales puedan navegar de la mano del amor y del deseo de sus padres. Si los padres están presentes en la crianza de sus hijos pueden decidir la línea de ruta a seguir en base a sus valores y creencias.

También para la pareja es fundamental dedicarse tiempo, no existe otra forma de fertilizar la relación amorosa ni de proyectarse a la familia.


Hay que luchar y no dejarse tragar por la época. Saquémosle el provecho a las maravillas de la tecnología sin descuidar lo fundamental de la vida: la construcción de la subjetividad humana. Construyámonos como sujetos más humanos y menos ansiosos.









[1] Bauman, Z. Amor líquido. Fondo de Cultura Económica. México D.F., 2008.

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