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EL MIEDO

Escrito por Melania Agüero Echeverría


Si hay una emoción que nos ha invadido a todos con la llegada de la pandemia ha sido el miedo, sobretodo por lo difícil que ha sido comprender sus consecuencias en la salud y la falta de control (incertidumbre) que tenemos sobre la situación.


El miedo es una perturbación angustiosa del ánimo frente a un peligro real, pero es la presencia del miedo lo que nos lleva también a protegernos para sobrevivir, nos pone alerta.

Sin tener muy claro cómo deberíamos movernos para enfrentar este virus, el confinamiento se impuso como una medida preventiva al contagio. Nos obligaron a guardarnos y lo que en un principio generó mucha incomodidad terminó siendo parte de nuestra rutina, de la nueva normalidad. Sin embargo, trece meses después el virus no se ha ido y el miedo tampoco.

Esta es una queja constante en mi consulta de los últimos meses. Adultos, adolescentes y niños se quejan de lo mismo: viven con miedo, se sienten frustrados porque la amenaza de contagiarse y enfermar a otros (culpa) no se va.


Toda su vida cambió. Esta situación les ha quitado libertad, independencia y la posibilidad de socializar. Se fueron los besos, los abrazos, los paseos, las fiestas, los bailes, los conciertos, los juegos compartidos, las barras libres, etc., etc. Es un temor que los acecha y los persigue y que no los deja tener paz.


El miedo nos hace sentir mal y nos llena de ansiedad y angustia. Nos quita felicidad y esto genera consecuencias. Nos puede paralizar y por ende enfermar. Son muchos los síntomas que pueden aparecer asociados al miedo como el estrés, la ansiedad, dolores de cuerpo, tendencia a comer descontroladamente, problemas para dormir, intolerancia con los otros, cambios de humor y enojo, trastornos obsesivos compulsivos (ideas repetitivas negativas), ataques de pánico, y fobias entre otros.


El tiempo pasa y a pesar de que la vacuna ha generado una esperanza para lograr la inmunidad de rebaño la curva de contagios no cede. El miedo a la muerte se ha hecho presente y eso inquieta, aterroriza. El miedo a enfermar y morir nos llena de angustia.

Cada persona se enfrenta a sus miedos y lo resuelve como pueda. Algunos buscan ayuda profesional porque ya no pueden solos, otros no.


El sujeto adulto pareciera tener una mayor capacidad de entendimiento para poder adaptarse a esta nueva realidad que va para largo. Tal vez la madurez de los años es lo que le permite que esta adaptación se haga con un sentimiento de confianza de que vendrán tiempos mejores, sobretodo si su rol es ser cabeza de familia y tiene que sostener a otros. Sin embargo, esto no significa que no se sufra, que no haya desesperanza o que la incertidumbre no parezca agobiante, sobretodo en casos de soledad extrema.


Con los niños y los adolescentes la situación no es tan diferente del adulto, sobretodo por el malestar que provoca en ellos seguir encerrados con todas sus consecuencias: no asistir a clases, no poder compartir con sus grupos de iguales, perderse de las fiestas de cumpleaños de sus amigos, no poder celebrar las graduaciones, no poder ir al gimnasio o poder asistir a clases de baile, salir libremente con su novia o con su novio, etc.. En fin, es como pasar la vida sin realmente sentir que se está viviendo.


Los chicos se sienten enojados y más que ataques de pánico por el miedo a la muerte lo que he visto son ataques de furia contra sus padres y hermanos y una actitud de rebeldía de no querer estudiar. El estudio se convirtió en el pararrayos de la frustración tanto para el educador como para el estudiante. No se estaba preparado para enfrentar esta nueva realidad virtual.


¿Y qué hacer con tanto malestar?

Lo primero es trabajar el miedo, no se debe vivir con miedo ni se debe permitir que la angustia existencial dirija nuestras vidas. A lo único que hay que tenerle miedo es al miedo mismo, decía Franklin Roosevelt.


Vivir para el miedo nos puede llevar a una paralización. No solamente me refiero a no saber qué hacer en el día a día, perder el rumbo, sino que también el pensamiento se podría atrofiar: se va la capacidad de analizar y de poder elegir de acuerdo al deseo de cada uno. Dejamos de pensar, no hay futuro y esto puede llevar a perder la ilusión de vivir y a la posibilidad de tener proyectos. La persona se entristece, no tiene ganas de nada, languidece, es decir, aparece una sensación de estancamiento y vacío, de pérdida de ánimo, de pérdida de energía, decae, se agota, se desanima, se debilita hasta llegar a sufrir una depresión.


Dejarse absorver por el miedo nos conduce a pensamientos bizarros y oscuros y por consecuencia hay afectación en la seguridad de cada uno, elevando los niveles de la hormona del cortizol por el estrés, lo cual podría llevar a la persona a enfermarse afectando directamente su sistema inmunológico.


El miedo se enfrenta, se desmistifica. Por eso hay que hablarlo, pintarlo, actuarlo (psicodrama), escribir acerca de él. Con los niños, jugarlo.

Atreverse a bordearlo permite un acercamiento y el miedo se humaniza. Para lograrlo se debe tener control sobre los pensamientos, descartando pensamientos negativos, y amenazantes y buscando conscientemente tener paz. La paz lleva a la lucidez, a la observación, a la confianza en sí mismo y en los otros.


Más importante que el miedo es trabajar por la vida, tener muchos pequeños proyectos. Trabajar para tener salud: comer sano, levantar el sistema inmunológico, hacer ejercicio, salir al aire libre, disfrutar de lo que se hace, hablar de temas positivos, jugar, reir, dejar de estar pendientes de noticias negativas, oir música, bailar, pintar, cocinar, es decir, desarrollar la creatividad.


Considero que las ganancias que nos ha dejado esta pandemia es poder pasar más tiempo en casa y poder compartir con los miembros de la familia en forma creativa. Un rato de tertulia no vendría mal, hablar de lo que ha sido el día para cada uno y los más chicos pueden pintar y así contar algo de lo vivido.

El compartir con la familia podría devolver la esperanza que esta pandemia de alguna forma nos arrebató.


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