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SOLEDAD EN PANDEMIA

Escrito por Melania Agüero Echeverría


La soledad es la condición más genuina del ser humano, es decir, que es un estado permanente que siempre nos acompaña. Se nace y se muere solo.

Somos seres sociales por naturaleza, por lo que necesitamos el contacto y la relación con otras personas. Y a partir de ese vínculo con el Otro, se construye la subjetividad. El sujeto humano es el único ser vivo que manifiesta sentirse solo.


Hay diferencia entre estar solo y sentirse solo. Por eso cuando nos invade el sentimiento de soledad, incluso en compañía de otras personas es cuando tenemos la certeza de sentirnos solos.


La soledad puede llegar a ser un acto voluntario, las personas eligen vivir en soledad. Pero también puede ser involuntaria, cuando por diferentes circunstancias o acontecimientos de la vida se nos obliga a permanecer solos como nos ocurrió con la llegada de la pandemia.

La soledad en pandemia es una soledad impuesta, forzada, en la cual no respetar el aislamiento podría desembocar en contagios con el consabido peligro de enfermar y morir. La soledad aparece así, ligada al aislamiento o distanciamiento social, es decir, al confinamiento, un confinamiento generalizado, mundialmente globalizado.

Se trata entonces, de una soledad planificada por las políticas de salud de los distintos gobiernos; por lo que toda psicologización de dicha soledad, invisibilizaría esa dimensión biopolítica que la atraviesa, es decir, ese ejercicio de poder vinculado a la vida, a la salud física y mental de las poblaciones. Pero, no se puede negar que el distanciamiento social ha afectado profundamente a muchos sujetos especialmente, cuando como especialistas de la salud somos consultados para tratar esta nueva normalidad por la ansiedad y la angustia que generan.

El resultado de más de 18 meses de confinamiento o regulación del mismo, han provocado que la soledad aumente diferentes manifestaciones sintomáticas en función de la historia personal de cada uno. Así altos niveles de soledad correlacionan con la presencia de ansiedad, estrés, tristeza, depresión, pensamientos y comportamientos suicidas (adicciones), dificultades para la autoregulación emocional, problemas de sueño, trastornos somáticos, y enfermedades cardíacas y neurológicas. Vivimos un momento de la historia de la humanidad donde la soledad es abordada desde el punto de vista estadístico, epidemiológico y poblacional. Es decir, que nuestra subjetividad contemporánea está atravesa por la soledad.

La soledad genera tristeza, un afecto o sentimiento que surge directamente de una circunstancia dolorosa. La tristeza es de fiar y revela una verdad del sujeto: implica dolor. ¿Y qué es lo que duele? En un primer momento, la imposibilidad de llevar a cabo los deseos.

Con la llegada de la pandemia fuimos testigos de que la humanidad se vio obligada a paralizar sus deseos, hubo que re-acomodarlos, guardarlos, reprimirlos, negarlos, sublimarlos. Por eso la tristeza, porque el deseo es el motor de la vida y hubo que apagar el motor indefinidamente generando dolor psíquico. Se trata de una pérdida, de un duelo que podría conducir a una depresión.

En algunos casos el duelo ha sido por la pérdida de una persona amada, en otros casos lo que se perdió fue la libertad y los sueños. Lo dificil con la pandemia es que la situación de pérdida no termina, más bien se perpetúa. Un día bajan los contagios y al día siguiente aparece una nueva cepa del virus más agresiva. Se trata de una guerra que no da tregua. No hay certeza de que no van a haber más pérdidas de vidas. Por eso, se hace tan dificil darle fin a los duelos. Talvez esta sea la causa de que la tristeza empieza a enquistarse en el sentir de muchas personas porque su vida dejó de tener sentido. Mientras el presente se torna extraño y el futuro incierto, cualquier pensamiento se convierte en recuerdo y todo recuerdo lleva el sello de la pérdida. El sujeto embargado por la tristeza alimenta sin cesar los recuerdos de aquello que fue y que no volverá.


Qué sentido tiene la vida, se preguntan muchas personas mayores que viven solas y que perdieron su rutina de compartir con grupos de iguales.

Esta fragilidad e inseguridad aunadas a la tristeza, están más del lado de la pulsión de muerte. Sin embargo, el miedo a la muerte tomó la soledad como el salvoconducto para no contagiarse, es la posibilidad de seguir con vida, es la posibilidad de tener salud. La soledad se convierte así en una protección, es lo que nos ampara de la contaminación. Compartir con otros es peligroso. El otro, visto como algo malo que te puede enfermar, y que produce miedo; el otro, como el enemigo.

De frente a esta realidad, lo que sigue es la condena a permanecer en soledad: no me puedo acercar, no lo puedo tocar, no lo puedo desear.


La soledad nos ha afectado a todos, a cada uno de forma diferente y de acuerdo a la edad y a sus necesidades. Sin embargo, el haber pasado por este aislamiento nos obligó a conectarnos con nuestro mundo interior para poder encontrar un nuevo sentido a la vida. Se trata de saber conquistar esta nueva realidad y a partir de ella intentar sobrevivir de forma creativa.


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