Escrito por Patricia Calvo
He notado, desde hace un tiempo, que aparece mucho en el decir, en el decir-nos, la palabra aburrimiento, tedio… al momento de responder al ¿cómo estás? - Cansadx; - aburridx de esto; - con ganas de que esto termine, hartx…; - Ya no tengo ganas de hacer nada…
Claramente, el deseo de retomar con nuestra cotidianeidad anterior es un deseo común, y lógico. Pero más allá de eso, hay un cansancio generalizado, que muchas veces es producido por un desgaste mayor: más trabajo, más trabajo en la casa, más exigencia, más… Pero también hay otro decir, sobre ese aburrimiento, ese cansancio, ese sin sabor que muchos apalabran: hastío… tedio…aburrimiento.
Quizás sea interesante pensar en el tedio covidiano o el tedio pandémico… Ponerle un nombre al cansancio, hastío, a la monotonía que nos impuso la cuarentena, que se vive como eterna - como un chicle que se extiende, sin sabor - puede ayudarnos a delimitar un sentir que parecería alojarse en cada persona, subjetivamente, pero desde un sentir social, comunitario... Nombrar, delimitar, poner el palabras el sentir, siempre ayuda, nos ayuda a pensar nos, entendernos y poder ver qué queremos o podemos hacer con eso.
Muchos pensadores han reflexionado sobre el tedio. Pascal planteaba que la búsqueda del ser humano de divertirse, de vertirse fuera de sí mismo, se daba por un aburrimiento existencial, un no estar a gusto con uno y evadirse. Camus describe el tedio como un adormecimiento, un letargo de emociones, porque el afuera o el adentro, si pudieran diferenciarse, se vuelven asfixiantes, monótonos.
El tedio es una pasión, se padece, en donde algo de nuestra existencia pareciera disolverse, algo se pierde, algo se hace nada y la sombra de esa nada, nos a-bruma, nos anonada. Nos aliena; nos arrebata algo de nosotros. Porque la vida sigue pero hay un sentir que ha tomado el cuerpo, un sentir relativo al cansancio, al aburrimiento. La monotonía del día a día, que para muchos se ha vuelto un campo de batalla, porque los números no cierran, porque el trabajo no aparece, porque los niños siguen peleando, porque la soledad es muy densa, porque ya no hay un corte - el día laboral se con-funde con la vida hogareña-; lo público y lo privado parecieran haberse disuelto en la virtualidad… La incertidumbre nos cuestiona los planes futuros, muchas veces no nos permite buscar armar proyectos, construir algo nuevo. El retorno del miedo en cada ola, que llega, tiñe y se va. La rueda de los contagios, el estrés - la ansiedad y angustia- , por la espera de los familiares o amigos contagiados, la ansiedad de haber estado con alguien que estaba contagiado, la nube negra que nos sigue, nos persigue, si hemos visto a alguien y luego sabemos que estuvo expuesto. Los días continúan, uno sigue con sus labores, pero todo ello sedimenta… todos estos miedos, angustias, ansiedades, incertidumbres… pesan, van marcándonos, van ensombreciendo nuestro día a día: es una bruma que abruma, es una nebulosa que nos empaña, el disfrute? El sentir? El placer? El día a día?
La rutina o estructura en la vida pre-covid tenía ciertos cortes, espacios de esparcimiento, lugares de catarsis que hoy se ven reducidos. La fiesta, los rituales de cada fin de semana, encuentros, celebraciones… todos ellos eran y son paréntesis en la vida, momentos en donde las obligaciones se suspenden, los mandatos se ponen en pausa y se celebra el encuentro, el disfrute, el compartir. El jugar, el bailar. Las fiestas siempre han sido momentos en donde las exigencias y deberes se ven puestos en pausa, y uno se introduce en un tempo particular, donde ciertas reglas se suspenden y se habilita una lógica particular.
Seguramente todos tenemos, hoy en día, momentos de relajo, de un esbozo de vida social, pero desde hace más de un año que esos momentos son provisorios, no siempre planificables, muchas veces ilegales y moralmente incorrectos, y aunque se den, generalmente luego se vuelve a un período de reclusión y de restricción social.
Son ciclos que se repiten y que en muchos casos no nos permiten detenernos a pensar, a producir algo diferente y en ese retorno de lo mismo, sumado a angustias, ansiedades e incertidumbres, un velo de aburrimiento, tedio y cansancio va cubriendo nuestro cuerpo.
En este contexto, también es importante reconocer también todos los mandatos y deberes que han caído sobre nosotros este tiempo; cómo hago para aprovechar más mi tiempo? Los otros disfrutan, porqué yo no? Los otros pasean, porqué yo no? Yo más? Yo menos? Tengo que ser buena mamá, o papá, o hijx, o hermanx….Tengo que hacer ejercicio, tengo que mantenerme saludable… “tengo”s, “debo”s…. Rigores invisibles que también pesan…
Frente a este tedio covidiano es importante recuperar nuestros pequeños oasis, nuestros pequeños lugares de juego, de disfrute, de placer. Dentro de las posibilidades y coordenadas, el buscar encontrar qué nos hace sentir bien, que nos trae sensaciones de libertad, de descanso.
Heidegger sostuvo que el tedio era un principiar… un lugar desde donde se podía originar algo diferente. Ya se planteaba a principios del 1900 el mal del siglo, el tedio generado en la post guerra. Él justamente plantea la distinción entre el que se aburre y lo que aburre… haciendo énfasis en que el en el tedio, uno se aburre… “uno”, lo impersonal… cuando me pierdo, cuando no me encuentro, cuando algo de mí siento que se disuelve o se esfuma. Por eso, la apuesta por el deseo propio es fundamental, por aquellas situaciones, cosas, escenas, que nos devuelvan a nosotros mismos, el propio oasis… un libro, el sol en la cara, una caminata, sentir el mar, una conversación divertida… o lo que para cada uno sea un lugar propio. Pero no podemos postergar el encontrar esos momentos propios, que nos permitan encontrar algo de esa persona que somos y que a veces se siente perdida, en esta bruma, entre tantos deberes y labores. Poder generar, de modo novedoso… creativo… un paréntesis de cotidianeidad, en donde buscar encontrarnos para no perdernos, sabiendo que la normalidad no existe, que es lo que cada uno arma con un día a día y sus límites.
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