Escrito por Melania Agüero Echeverría
“Amar no es mirarse el uno al otro sino más bien mirar ambos en la misma dirección”.
Antoine de Saint-Exupéry
El amor es un concepto universal muy importante en la vida de todos los seres vivos. En la práctica profesional se habla de este tema desde muy diversos lugares, sin embargo me quiero referir a la pasión amorosa que viven las parejas y que cuando se pierde las lleva a consultar.
Cuando el amor surge hace referencia a cierta afinidad, la cual puede provocar sentimientos, actitudes, emociones y experiencias que pueden ser extremadamente poderosas llegando con frecuencia a ser irresistibles y entonces se puede hablar de amor pasional.
Con el enamoramiento se sale de lo cotidiano. El amor pasional es explosivo y es el encuentro del ideal y de la muerte, es decir, que el amor pasional no es eterno y para poder entenderlo es importante hacer referencia a lo real inconsciente que lo atraviesa. Y cómo se entiende esto?
Cuando se escoge una pareja parecieran existir elementos inconscientes que nos llevan a elegir a una persona con ciertas características que permite que la química de ambos fluya para que pueda haber entendimiento y se pueda trabajar en equipo. Se busca ser compatibles para poder conectar, es decir, tener afinidad de intereses y tener gustos compartidos. Es una apuesta a la comunicación verbal, física (placer sexual) y espiritual. Muchas parejas logran estabilizar ese amor pasional y vivir muchos años juntos o toda la vida.
Esta experiencia al principio se logra ya que la idealización de esta nueva relación junto con el deseo y el cariño permiten pasar por momentos de mucha satisfacción y de mucha felicidad. La vida toma al amor como punto central y espera la máxima satisfacción de amar y ser amado. El amor aparece, pues, primeramente como la principal técnica de felicidad, y tal vez, esto impulsa a buscarla en el en el campo de la relaciones sexuales. Es decir, que el rasgo propio del sentimiento amoroso procede de lo sexual, como nos lo ha enseñado Freud.
El amor se infiltra del deseo dice Freud y es aquí donde se encuentra la base del lazo amoroso: éste se apoya sobre la periodicidad de la necesidad sexual del otro y sobre la capacidad revocatoria del deseo. No basta nada más con desear al objeto, hay que amarlo.
Si existe un compromiso de ambos, la construcción en pareja no se torna tan difícil y la lealtad sella ese amor como el eje fundante que sostiene a la familia.
El amor permite que circule el odio y el resentimiento. Es una ambivalencia presente y necesaria. Sin embargo, la ambivalencia cede ya que la polaridad amar/odiar es sustituida por la de amar/ser amado. El amor se ejerce mientras el sujeto está “enamorado”, tal como lo expresa el término “en-amoramiento”.
Cada pareja es particular, y tienen sus propias leyes que les permite funcionar. El ideal es que cada uno pueda realizar sus pasiones sin tener que sacrificarse. Como pareja se pueden acompañar, ser cómplices y crecer como seres humanos, fortalecerse en su amor propio para poder dar lo mejor a la relación.
Lo importante es qué ambas personas se puedan sentir en libertad, y no en una prisión, es decir, que se dé la posibilidad de entrar en una relación erótica con el otro sin pretender apropiarse de su alteridad, dónde los implicados en la historia sean realmente dos y no uno. Se trata de aprender a amar al otro en su totalidad de ser y en su diferencia absoluta, en lo que lo hace insustituible, en lo que lo hace particular y único. Para Sartre la paradoja más profunda del amor tiene que ver con el deseo de poseer al objeto amado, tratando de controlar su independencia. Se trata de una ambivalencia que podría convertir al amado en prisionero y terminar con el sentimiento amoroso. Los celos son un ejemplo.
El tiempo no es medida de nada en el amor. Las parejas crecen con los conflictos y las peleas en una pareja pueden tener un papel virtuoso, es decir, que es necesario muchas veces que la hostilidad (odio) se haga presente para poder cuestionar la misma convivencia y para poder llegar a conocerse.
El amor en el principio:
El vínculo madre-hijo produce una hormona: la oxitocina, la cual pertenece al sistema límbico que es la parte del cerebro encargada del placer emocional. Esta hormona tiene un papel fundamental en el nacimiento, parto y lactancia. Es la hormona encargada de la expulsión del bebé y de la subida de la leche durante el puerperio.
La función de este pico de oxitocina es que la madre y el bebé se reconozcan mutuamente y se enamoren profundamente el uno del otro; desarrollando un vínculo de confianza y empatía, dos fenómenos primordiales de la vida emocional. Además, despierta el instinto maternal, un mecanismo evolutivo para garantizar el cuidado de las crías y no sólo funciona en humanos. La oxitocina es la hormona de la felicidad.
Para el psicoanálisis, las primeras experiencias amorosas en la vida de todo sujeto se ligan a la madre, “primer objeto de amor” . Y ese primer amor debería buscar la satisfacción y fundamentalmente la satisfacción de la necesidad del alimento. Y aquí tenemos un tema interesante porque el enamorado se alimenta innegablemente de su objeto amoroso. Entonces podríamos decir que en la historia del amor, la madre está implicada desde el principio y para siempre, ya sea por haber tenido una buena o mala experiencia con ella.
Freud nos dice en Tres ensayos para una teoría sexual que: “El amor recibe su bautismo del otro materno, y la figura del niño mamando del pecho de su madre se ha convertido en el modelo de toda relación amorosa” .
En el amor se puede hablar de dos corrientes: “la corriente tierna”, la más antigua que es aquella que expresa la elección del objeto primario del niño y que se vuelca en las personas encargadas de los primeros cuidados recibidos y hay una segunda corriente, “la corriente sensual”, que es el amor erótico y que irrumpe a partir de la adolescencia.
El amor que se le brinda a un niño implica intimidad, es una relación que se da cuerpo a cuerpo, donde ternura y sensualidad se encuentran en una sinergia inesperada. Es una forma de superar la propia soledad.
El amor por la madre es un amor prohibido. Y es el padre el que se encarga de trasmitirle al crío tal prohibición. Con esta prohibición se inaugura el famoso complejo de Edipo, el cual nace como fantasma. El amor al padre en los varones se juega como una identificación y en las niñas como una idealización. El padre da su verdadera dimensión al amor, dimensión deseante e idealizante.
El amor surge entonces como una necesidad desde el nacimiento. Se es deseado o no. Si se es deseado, el niño queda ligado a la vida, su subjetividad se estructura construyendo un yo fuerte sostenido por un narcisismo que lo recubre y le permite sostener una imagen que le facilita relacionarse con el mundo que lo rodea y hacer lazo social. Pero, la falta de amor y deseo enferma, el crío queda insatisfecho. Puede dejar un trauma que acarrea frustración, resentimiento y enojo, así como una pobre autoestima.
Elección de pareja:
Para Freud la elección de objeto amoroso está dirigida por el fantasma inconsciente: el amor por un hombre o una mujer es el calco del amor edípico infantil hacia el padre o la madre con todas las implicaciones de la experiencia vivida. No nos gobernamos como dice Freud. Vivimos por y para el otro. La clínica psicoanalítica puede constatar una y otra vez el detonante de esta repetición que interviene para alterar inconscientemente los vínculos del amor.
Hay una repetición del deseo mediado por el fantasma edípico, surgen las ataduras de los ideales, y de las identificaciones de forma invisible dando paso a una escena nueva de amor. Se trata de un momento de verdad del fantasma. El objeto de la psicología amorosa es el objeto mismo del amor en su real inconsciente.
Con esta explicación se podría entender como lo afirma Assoun siguiendo las enseñanzas freudianas, que la angustia es la única verdadera escuela del amor. Esto se explica a partir de qué el miedo de los niños es al hecho de qué les falte la persona amada. El miedo seguirá siendo el signo más seguro del amor: desde el momento en que el sujeto ama empieza a tener miedo. Miedo a que eso falte o mejor dicho de qué vuelva a faltar.
El amor es real. Cuánto más se piensa en él, más se prende el enamorado del objeto que lo sostiene en su fantasma, al prestarle complacientemente sus rasgos. Es como si el objeto amado estuviera enmarcado in vivo en el fantasma. Tal vez no haya definición más adecuada del amor real que ésta: “el amor real es cuando el otro de carne y hueso ha acudido a la cita del fantasma” .
Rupturas:
Cuándo la confianza y la empatía se pierden en una relación de pareja empiezan aparecer las dificultades. Es el momento en que surgen las diferencias o por lo menos se hacen más visibles y éstas no son tolerables. Aparece la hostilidad y surgen la desavenencias: se discute por cualquier cosa, el reproche trae la culpa; es decir se le echa la culpa al otro de lo que no camina, no hay ganas de intimidar, y se vive resentido. Se empieza a tejer una incomodidad, una monotonía, un alejamiento, el cual empieza a generar consecuencias: maltrato emocional y/o físico, infidelidades, búsqueda de actividades fuera de la pareja y de la casa, aparecen los celos, el abandono, la soledad, los reclamos, etc.
A veces estos resentimientos son pasajeros y una buena conversada permite aclarar esas diferencias, siempre y cuando haya respeto y se quiera escuchar al otro.
Cuando esto no se logra y más bien se empiezan a profundizar las incompatibilidades, la pareja deja de quererse: se pierde el sentido del humor y la complicidad lingüística; ya no hay capacidad de conversar, de ser amigos. Se tornan distantes. Se faltan al respeto. Aparece la desilusión y la felicidad del inicio (oxitocina) ya no está. Las relaciones sexuales son las primeras damnificadas cuando hay desacuerdos o roces no resueltos en la relación. Y es más difícil sostenerse como pareja si la falta de deseo sexual es el síntoma que denota las dificultades de convivir, sobre todo si este no-deseo sexual es asimétrico. Es importante señalar que la falta de actividad sexual no siempre equivale a tener problemas. Existen parejas con muy buena conexión emocional y no tienen una actividad sexual frecuente y existen otras parejas que no comparten actividades de pareja pero que las une una fuerte pasión sexual.
La separación en las parejas casi siempre es dolorosa, sobre todo si hay hijos entre ambos, ya que la mayoría de las veces esta separación no se lleva a cabo de una forma madura, con respeto y sin agresión. Incluso hay parejas que se paralizan y aunque saben que no tienen un futuro juntos, prefieren seguir conviviendo sin deseo ni pasión por miedo a aceptar el fracaso y la mayoría de las veces culpabilizan a los hijos de esta unión fallida lo cual es peligroso porque legalizan un modelo de convivencia.
En alguna oportunidad escuché una frase que me dejó pensando: “las parejas no terminan de separarse porque no terminan de vengarse”. ¿Vengarse de qué o de quién?
Sabemos que cuando se habla del amor hablamos de un tema ambiguo. El amor puro en las parejas no existe y esto hace más difícil la convivencia.
El que ama se coloca en una posición de vulnerabilidad porque sacrifica muchas cosas: tiempo, autonomía, libertad. Y a cambio de esa entrega se espera lo mismo. Digamos que convivir en pareja genera expectativas y éstas no siempre son correspondidas. La no correspondencia lastima y afecta el narcisismo del otro y su autoestima. Ese desacuerdo permite que el amor y el odio pueden coexistir. Se puede amar y odiar al mismo tiempo y a la misma persona.
El cúmulo de malas experiencias generan la ambivalencia en el amor. Y están ambivalencia es la que lleva al cuestionamiento de si separarse o seguir dependiendo de una relación que no genera ni paz, ni tranquilidad, ni felicidad y que más bien puede generar enfermedad.
Lo más usual es que uno de los dos proponga la separación cuando siente que ya no puede seguir sosteniéndose solo, y por lo general la reacción del otro es de sorpresa, aparece la negación como mecanismo de defensa, se niega la falla. Separarse no es fácil, puede generar ansiedad, miedo, angustia, ataques de pánico, depresión, irritabilidad, ataques de furia. Es un golpe al narcisismo, es aceptar el fracaso.
El amor como droga:
En Freud encontramos en forma reiterada a lo largo de su obra que el consumo de sustancias tóxicas se presenta como respuestas eficaces ante el dolor. El amor puede ser vivido como una droga, que viene a calmar un dolor, a rellenar una soledad, a tapar una pobre autoestima, o como una enfermedad incurable.
La intensidad de la adicción en el amor (dependencia tóxica al otro) suele estar en directa proporción a la profundidad de necesidades afectivas básicas mal resueltas en la infancia.
Esta dependencia llevada al extremo de ceder el control de la propia vida a alguien fuera de uno mismo, podría estar asociado a carencias que toman la forma de dependencia emocional. En la dependencia el que se realiza es el otro, que es quien sostiene la autoestima ajena. La persona dependiente no disfruta sin la presencia del otro, está dominada por traumas que le hacen vulnerable y confunde amor con necesidad. La persona dependiente se pone en manos del otro porque no se siente capaz de hacerse cargo de sí misma. Necesita a su pareja para todo lo que hace, no disfruta con ninguna actividad que no le incluya y tiene necesidad de saber dónde está en todo momento; hay una gran necesidad de ser controlada y se sentirá protegida por el otro, mientras el más fuerte se sentirá poderoso por saber que su pareja le necesite tanto. Cuando la dependencia es excesiva la relación puede convertirse en asfixiante, tóxica o incluso se puede desarrollar una relación de abuso. Los amantes se apegan uno al otro, cegados por la ilusión de que la relación amorosa de alguna manera resuelve sus miedos.
En las relaciones adictivas, el “te necesito”, propio de todo vínculo amoroso, se convierte en demanda obsesiva o en pánico permanente frente a una posible pérdida.
Cuando se pierde el vínculo amoroso surge el desamor y con él la soledad y el dolor psíquico.
En el amor se puede pasar de un estado de locura a otro: del enamoramiento, medicina loca de la felicidad, al insoportable dolor del desamor, al que Freud se refiere como una de las grandes fuentes del sufrimiento humano.
Hablar de amor y parejas no es un tema fácil ni sencillo. La escogencia de pareja se las trae. Ya podemos entender que no es una escogencia al azar. El fantasma edípico mueve sus lazos inconscientes haciéndonos creer que se trata de una historia nueva de amor. Y talvez esa experiencia de infancia (trauma) es la que está determinando la permanencia dentro de una pareja tóxica, afectando a todos los miembros de la familia. Es por esto que el discurso amoroso puede conducir por senderos solitarios inesperados y desconocidos para el sujeto y muchas veces ajenos a su deseo.
El psicoanálisis permite trabajar estos nudos emocionales inconscientes para poder hacerlos conscientes y a partir del deseo re-plantearse una nueva estrategia de vida.
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