Escrito por Isabel Garbanzo
Las palabras tienen un poder del que muchos no somos conscientes, con ellas se construye o destruye, con ellas se pueden despertar sentimientos de odio o de ternura. Con una palabra se puede hacer dichosa e inmensamente feliz a otra persona, o llevarla al borde de la desesperación. Dicha en el momento apropiado, con el tono adecuado, puede brindar alivio y darle otro sentido a toda una historia de dolor y sufrimiento, o bien, puede herir con profundidad inimaginable.
En terapia psicoanalítica se trabaja con la palabra, la apuesta es a un “detente y habla sin censura, habla de todo lo que te venga a la mente”, eso te hará bien. Y es en este hablar dónde van apareciendo las palabras cuya elección no procede de la conciencia sino más bien del inconsciente. Las cadenas asociativas que se forman al hablar van señalando la prevalencia del sentido que para cada sujeto tienen algunas palabras, que se van a destacar en su discurso a través de eso que vez tras vez insiste o se repite. Estas palabras propias de cada sujeto constituyen su singularidad y la del psicoanálisis, ya que es en el uno a uno desde donde se es escuchado y desde donde el sujeto puede encontrar los significantes que le determinan, esos que le hacen sufrir y que eventualmente lo llevaron a buscar ayuda.
En terapia se descubre que el síntoma, (que es aquello con lo que el sujeto no puede, es el tropiezo, el sufrimiento, es aquello con lo que el sujeto se encuentra y contra lo que carece de recursos), dice algo y solo no callándolo, dejándolo hablar, poniéndolo en palabras se puede sostener la apuesta de descifrar su sentido y aliviar el sufrimiento.
En la consulta escucho el poder nefasto de las palabras proferidas por una madre, que vez tras vez le dice a su hija “mejor hubiera parido una carrucha de alambre de púas que a vos”, y que le llevan a vivirse como muy poca cosa, a sentir que “no me gusta estar conmigo”, a involucrarse en relaciones de pareja bastante enfermizas. Pero también en la consulta soy testigo de cómo la palabra sesión tras sesión le va posibilitando a esa hija el procurarse algo de alivio e ir generando un cierto empuje que le permite, poco a poco, empezar a salir de la inercia en que estaba, cuestionarse sus creencias en relación a esos devastadores dichos maternos con los que ha vivido.
Respecto a las palabras Freud en "Lecciones de Introducción al psicoanálisis" de 1915 dice: "Las palabras, primitivamente, formaban parte de la magia y conservan en la actualidad algo de su antiguo poder. Por medio de las palabras puede un hombre hacer feliz a un semejante o llevarle a la desesperación... Las palabras provocan afectos emotivos y constituyen el medio general para la influenciación recíproca de los hombres. No podremos, pues, despreciar el valor que el empleo de las mismas pueda tener en la psicoterapia".
Ojalá usemos el poder de nuestras palabras para aliviar, para construir, no para destruir, o para hacer sufrir.
Ojalá y con nuestras palabras logremos dejar huellas y no cicatrices en nuestros semejantes.
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