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LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Por Etty Kaufmann Kappari


Desde hace 7 meses decenas de miles de docentes, desde sus casas, con su familia pululando alrededor, con el perro ladrando atrás, con la olla de presión chillando en la cocina, con la hija o el nieto pidiendo atención, con el padre adulto mayor requiriendo de apoyo, desde sus casas, atienden a nuestras hijas e hijos.

Ya no hay campana de recreo, ya no hay encuentro en los pasillos con colegas, ya no hay pausas. El trabajo ha invadido sus casas. Los pendientes ya no están en el aula, ahora están en las cuatro paredes del hogar hasta altas horas de la noche.

Hay docentes que tienen 150 estudiantes o más al día. Clases de 30 o 40 estudiantes que ahora deben atender en la virtualidad o a distancia, deben seguir un programa, deben evaluar el avance de los aprendizajes.

Desde la otra perspectiva, hay estudiantes que han perdido lo que más les motivaba de la escuela, el colegio o la universidad: el encuentro con sus amistades en los recreos, en los pasillos, las miradas cómplices, la socialización con sus pares, los juegos. Esas pausas, esos aires entre clase y clase, han desaparecido.

No sabemos aún los efectos a largo plazo de esto que estamos viviendo. Pero sí se puede ver claramente el efecto actual. Tanto docentes como estudiantes viven hoy una sensación de cansancio extremo.

Niños, niñas y adolescentes e incluso jóvenes que estudian en la universidad se aburren y pierden interés en la pantalla que trata de sostener una educación presencial en la virtualidad. Se escapan de las tareas, de los trabajos. Se escapan a jugar en la virtualidad, al “Among Us”, al PlayStation, el “Uno” que les devuelven ese ratito de socialización extraviada. Se “escapan” a jugar con sus compas a pesar de estar en sus casas.

Ese escape es un signo, una señal que nos dice que debemos incorporarles en las decisiones sobre cómo quieren aprender.

Ha llegado la hora de colaborar, jugar, construir entre docentes y estudiantes. De preguntarle al estudiantado, de pedirle que prepare actividades para compartir, que propongan juegos para para incorporar en clases. Que no le toque todo el peso y la responsabilidad al personal docente. Que podamos aprender de ellas y ellos, niños, niñas, adolescentes y jóvenes sobre qué intereses tienen, qué les gusta hacer, qué temas les preocupan.

Darles la palabra y abrir la escucha, que es lo que nos alivia y nos trae salud mental. Aliviar al docente e incluir al estudiantado es una ecuación ganadora. Pongámosla en práctica.

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