Escrito por Isabel Garbanzo
Hacía ya bastantes años que no iba a una misa funeraria católica, pero murió el joven hijo de una amiga muy querida y me di la oportunidad de asistir a sus honras fúnebres.
Mientras escuchaba al sacerdote hablar en torno al misterio de la vida, que implica que cada quien tiene un tiempo definido en esta tierra y una vez cumplida la misión es ya tiempo de partir, yo pensaba como la pandemia, al igual que como ocurre en las guerras, nos ha obligado a convivir con la muerte. Atrás quedaron esos tiempos en que la muerte nos era lejana, al menos coqueteábamos con la ilusión de que la ciencia nos protegía y extendía cada vez la expectativa de vida. Muestra de esto es que, en mi caso particular, antes del Covid-19 en un lapso de diez años, lloré solamente a un par de seres queridos, tiempo más que suficiente para elaborar el duelo entre uno y otro fallecimiento. Pero gracias a la pandemia, en lo que va del 2021, llevo al menos una docena de muertos entre familiares, amigos cercanos y conocidos. En una semana como ésta ya llevo en la cuenta dos fallecimientos. Estoy segura de que no soy la única que vive una situación similar ya que el Covid ha hecho que la muerte sea ahora parte del diario vivir y pareciera que entre una y otra pérdida hay que ingeniárselas en buscar los propios recursos emocionales para ir tramitando estos duelos simultáneos.
Hace un par de semanas ante la noticia que un conocido estaba muy grave en el hospital, pensé en organizarme para asistir al funeral y de pronto las instrucciones de las autoridades médicas fueron sacar el cadáver y de inmediato proceder a su sepelio, en cuestión de una hora ya estaba enterrado. No hubo tiempo para ninguna otra cosa.
Aceptar el fallecimiento de un ser querido nunca es tarea fácil, pero en una situación excepcional como la de la pandemia de Covid-19 existen factores que convierten, ya no solamente “la muerte” sino “LAS muertes” en acontecimientos aún más difíciles de tramitar. Ahora no es posible el acompañamiento físico en la enfermedad, o las “visitas” al hospital, y recién ahora que se puede asistir a las honras fúnebres, el distanciamiento social manda a no tocar, a no abrazar, a no acercarse más de lo permitido. El temor al contagio nos invade y a veces nos desborda haciendo que muchos prefieran quedarse “a salvo” en sus casas. Todo esto tiene un peso importante a nivel emocional. La imposibilidad o la elaboración complicada del duelo puede generar problemas psicológicos tales como trastornos de ansiedad, depresión, irritabilidad excesiva, o trastorno por estrés postraumático, entre otros. Afortunadamente estas épocas también nos posibilitan recursos que pueden ayudarnos en la elaboración del duelo, entre ellas, la atención psicológica de modo virtual, o los rituales de despedida alternativos, como son el escribir una carta o crear una caja de recuerdos, entre muchas otras posibilidades.
Las crisis nos dan la posibilidad de aprendizajes de diversas índoles, y en el transitar de estos tiempos tan particulares, pienso en la frase del poeta latino Horacio “carpe diem quam minimum credula postero”, que en español puede entenderse como “aprovecha cada día, no te fíes del mañana”. Para mí una invitación a vivir el presente a no desperdiciar el tiempo que nos es concedido para con nosotros mismos, nuestros familiares y amigos queridos, teniendo presente que hoy más que nunca, la muerte es parte de nuestro diario vivir.
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