Por Etty Kaufmann Kappari
Recuerdo cuando mi familia tomó la decisión de migrar de Perú a Costa Rica, yo tenía 13. Se interrumpieron mis certezas y se impuso lo desconocido. Ya no me iba a graduar con mis amigas y amigos de la infancia. El chico que me gustaba dejaría de escribirme cartas tres meses después de nuestra partida. La casa donde nací, mi barrio, los sabores, los olores, el malecón, el mar frío, mi abuelita… lo conocido quedó lejos. No sabía cuándo regresaría a todo eso que era parte de mi corta vida. No sabía si alguna vez volvería. Fui perdiendo y diluyendo los recuerdos y los fui sustituyendo con los nuevos porque esa era la exigencia social: “adáptese lo más rápido posible y sin dar problemas”.
A la edad de 13, esa transición me marcó profunda y positivamente. Lo que no sabía, -mientras lloraba en el avión que me llevaba a San José era que vendrían más transiciones en mi vida. Varias más. Y que, incluso, ya había pasado por algunas antes.
¿Transiciones? Muchas: del kínder a la escuela. De la primaria a la secundaria. De la pubertad a la adolescencia. De un trabajo a otro. Un despido. Una migración. De la soltería al matrimonio o al divorcio. A la maternidad, a la paternidad. De la casa llena al nido vacío y muchas más.
Transiciones vitales que requieren de un esfuerzo emocional enorme porque vienen con una cuota de ansiedad -por lo nuevo- y, de duelo -por la pérdida de la zona de confort que nos daba lo conocido.
Con las transiciones pasamos de un aparente orden a un aparente desorden que debemos acomodar.
Y claro que una termina por adaptarse a pesar de las ansiedades, los temores y los duelos.
Pero si miro hacia el pasado y evalúo mis transiciones, pienso que pudieron haber sido más provechosas, con menos ansiedad y más acompañadas.
Sin embargo, la exigencia para uno mismo es atravesar rápido y sin penas de un lugar a otro, de una forma de ser a otra, como si eso fuera tan sencillo. Por la premura podemos tomar malas decisiones o quedar dando vueltas en círculos hacia ningún lugar por algún tiempo. Y eso afecta nuestra salud mental y, por lo tanto, también afecta la salud física, la productividad, las relaciones con los seres queridos, las relaciones en el trabajo, en la escuela, en el colegio, en la casa.
Ahora bien, con las transiciones también pueden venir cosas nuevas, interesantes, emocionantes e insospechadas. Abren nuestras mentes, nos permiten descubrir, ser sensibles a cosas que antes no lo éramos. Podemos sacarles provecho si nos detenemos a pensarlas, hablarlas, analizarlas y sentirlas.
Vendrán más transiciones. La cuestión es, ¿cómo nos preparamos para la siguiente?
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