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CIUDADES

Escrito por Mario Schumacher


Desde niño fui un constructor de ciudades. Armar los planos, dibujar sus calles, sus avenidas , sus plazas , me podía llevar horas. Dibujaba, cómo podía, palacios barrocos junto a rascacielos audaces y a barrios amurallados, separaba mercados, Iglesias, mesquitas con colores, conectaba las comarcas con ferrocarriles, trazaba autopistas, hacia suburbios y cementerios.

Quizás estas ciudades fueron el germen de mis dibujos filigranados, llenos de pequeños detalles, espacios dentro de espacios, dentro de líneas, dentro de puntos, con una densidad casi angustiante, más allá del efecto estético, y asomando, como un extraño respiro, un ojo, o un rostro o una mano o un pájaro.

No dibujaba casitas con techo a dos aguas, el cuadrado abajo, el triángulo arriba, las ventanas, la puerta y en el techo, una chimenea. Si lo hacía era sin duda por una exigencia de la escuela, en general era un niño obediente y temeroso y usaba un enorme lazo azul con lunares blancos que mi madre anudaba cuidadosamente, quizá para que se notara que andaba por allí; mi tamaño no era destacable ni lo sigue siendo, aunque el volumen se ha hecho más notorio con el tiempo.


Dibujaba ciudades, iba a las bibliotecas de la casa, y sacaba los Atlas de los estantes y buscaba los planos de las ciudades, y entonces me dedicaba a inventar las mías, en las últimas páginas de los cuadernos.

La gente de la casa, mis padres, mi hermana, algún pensionista que se afincó en un cuarto vacío, sabían de esos dibujos, pero nadie preguntaba por ellos, era otro de mis juegos solitarios, de mis tardes junto a la radio. Me metía en mis ciudades y levantaba los puentes, y descubría los nuevos rincones que iban apareciendo, o los barrios que desaparecían, o bulevares que quedaban sumergidos por una inundación, como pasaba en casa cada vez que llovía y mi madre gritaba “las compuertas, las compuertas” para poner las maderas en las entradas porque el agua desbordaba del arroyo y se metía desde la calle y en los patios había lagos y cascadas.

Con el tiempo fui descubriendo ciudades ocultas en los techos, agazapadas entre las manchas de humedad del cieloraso y también en los bordes de los canteros o los patios, pasaron de ser dibujos a ser territorios, países y comarcas, donde yo podía irme de viaje cuando quisiera y a lo sumo aparecían en las baldosas o en las paredes, pequeñas señales, como pictografías, seguro otra manía de este chiquillo medio sabio y medio loco, que con esas cosas no molestaba a nadie.

Ya más grande me di cuenta cómo persistía esa manera particular de recorrer el mundo de habitar las ciudades, de descubrir rincones, de subirme con los ojos a las cornisas de los rascacielos en Nueva York, para ver allí las filigranas casi disimuladas en la altura, o sorprenderme con el músico de la Torre en Praga, que anuncia el Angelus con su trompeta, en medio de un sueño casi mágico, o la gente de todos los colores que aparece y desaparece súbitamente en una esquina de Londres, donde una calle se vuelve de pronto un patio, y un patio una caballeriza, o dar vuelta una montaña, casi como si diera vuelta una esquina, y detrás de una montaña de siete colores - se pueden contar - siguiendo el camino en un valle escondido, esta Purmamarca, donde en carnaval los diablos bajan desde los cerros, en medio de la noche y se hacen dueños del mundo.

Ciudades dentro de ciudades dentro de ciudades que no cesan de sorprenderme, ellas me habitan, yo a ellas también.


Mario Marcos Schumacher

Bo. Dent

Febrero 13, 2020

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