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EL TEJIDO NO ESTÁ TERMINADO

Escrito por Tatiana Blanco


Recuerdo que cuando regresaba de la escuela, era cuestión de tres minutos para que me hubiese desprendido de una pesada y caliente falda de paletones con peto en cruz, y lanzara lo más largo posible una cinta que debía llevar en el cuello a modo de lazo; ahí empezaba de nuevo a recuperar la posibilidad de sentir mis piernas libres en una lycra corta. No pasarían muchos años más, hasta que debí aprender que si me quería poner una lycra tenía que ser con una camiseta larga que me cubriera.


Desde niñas pequeñas comenzamos sin saberlo a luchar por nuestro espacio, y no estoy hablando de un espacio en el sillón, ni en los regazos de mamá, luchamos por un espacio donde se nos permita ser.


En esos primeros años la niñez está aprendiendo intensamente, como esponjitas, llenándose de conocimientos que se supone deben de procesar, analizar y cuestionar, para construir entonces su propio criterio, lo cierto es que en este proceso las condiciones no son las misma para todas y todos, y no son las mismas por varias razones, por la pobreza o la riqueza, por estratos sociales o por ser mujer.


A los 7 años, no entendía de disparidad, ni siquiera conocía la palabra, solo estaba metida ahí batallando contra ella, pero sin que nadie nunca la hubiese nombrado. Ya en los años de la adolescencia, el espacio que necesitaba para ser yo, era más grande y por tanto la presión del sistema se sentía mucho más, sí, había ya consciencia de un sistema, que quería moldearnos, mis amigas y yo, nos esforzábamos cada una por defender ese espacio propio, entre la música que escogíamos, la ropa “anti rosa” que usábamos, y los intentos de elaborar ideas desde nuestras distintas perspectivas, eran como brazadas de ahogado en medio de una torbellino, sin embargo al menos logramos cada una mantenernos a flote.


Llegando a la adultez, cuando una escucha en las aulas de la universidad por fin las voces de mujeres que han andado ya el camino, y dan palabras a todo aquello que había sido nuestro sentir, por fin las ideas logran conectarse, la lectura de pensadoras que escribieron hace décadas sobre similares vivencias a las nuestras permiten que algunas tengamos la suerte de encontrar un espacio para poner pensarnos, y con esta posibilidad se crea la responsabilidad de conectar con otras mujeres que aún dan brazadas en torbellinos o que se han ido ajustando a mandatos externos sin si quiera poderse negar.


Para mi pensarme como mujer que acompaña a otras mujeres, fue más que un impulso profesional, una responsabilidad en cuanto me correspondió ver a mi hija crecer, muchas de las prácticas de mi vida cotidiana donde aún estaba presente la disparidad, empezaron a ser insoportables.


¿Cómo mostrarle a una niña que ella puede tener un espacio para ser?

Su espacio, será más un tejido entre hilos, si bien en muchas ocasiones a cada una de las niñas le corresponderá defenderlo, también sus amigas, algunas mujeres de su familia y las amigas de sus amigas estarán para sostenerla en cuanto lo necesite; no es cierto que en este tejido no puede haber hombres, los habrá y serán aquellos que soporten con su hilo también la lucha de muchas.


El tejido no está terminado, aún hay muchas que no encuentran su espacio, hay mujeres que no se sienten sostenidas por una red, aún muchísimas nos son arrebatadas, y hasta el día de hoy la disparidad sigue siendo esa distancia que hay que acortar para poder hacer conexiones de solidaridad, de cuidado y de respeto entre iguales.

La apuesta es la red… ¡Nos faltan muchas… pero tejamos fuerte para que no nos falten más!




Tatiana Blanco



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